El Laberinto se abre frente a nosotros como una metáfora del viaje del alma
en su peregrinar por la vida. Si estás dispuesto a internarte conscientemente
en él, ten en cuenta que no hay una manera correcta o incorrecta de recorrerlo
; todo está bien. Las siguientes sugerencias te permitirán vivir la experiencia
con más intensidad.
Quítate el calzado o ponte las botas sintiendo que, al hacerlo, te estás
preparando para ingresar a un lugar sagrado : el encuentro con tu propio ser.
Mientras aguardas tu turno de entrada, toma conciencia de tu respiración y sostén
internamente la intención con que has de realizar el peregrinaje.
Ingresa al Laberinto y con tu atención abierta a lo que emerge -en estado
de no juicio, no crítica- observa lo que aparece. Date libertad tanto para tocar
tus heridas, si ellas surgen, como para disfrutar la paz y la alegría de tu
corazón si brotan.
Permite que tu cuerpo encuentre su propio paso, su propio ritmo. No hay
una velocidad predeterminada y puedes cambiarla cuantas veces lo desees. Puedes
caminar, danzar o peregrinar de rodillas ; todo está bien. Si algún sitio te
atrae, puedes quedarte allí meditando o recibiendo lo que ese lugar tiene para
ti.
Seguramente pasarás o serás pasado por otras personas en tu viaje y, como
la ida y el retorno transcurren por la misma vía, te encontrarás de frente con
otros caminantes. En ambos casos, alcanzará con que alguno de los dos ceda el
paso naturalmente. Si te quieres mantener en un estado introspectivo, simplemente
no hagas contacto visual. Si te encuentras con alguien que conoces, un abrazo
o un apretón de manos puede ser una celebración de estar juntos en el camino.
Si sientes el llamado del Laberinto, intérnate en él con respeto y apertura
al misterio de lo desconocido. Y recuerda: cuando la intención del corazón es
clara ¡ todo está bien !
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