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Miedo a la Luz I 1Se
atribuye a Nelson Mandela, en el discurso con el cual inauguró su presidencia: “Nuestro
miedo más profundo no es que somos inadecuados sino que somos poderosos más
allá de toda medida. Es nuestra luz y no nuestra oscuridad la que nos da
miedo....Cuando permitimos concientemente que nuestra luz se expanda, le damos
permiso a los demás para que también hagan lo mismo. Cuando nos liberamos de
nuestro propio miedo, nuestra presencia libera a otros.” Este
mensaje despertó en mí el impulso de investigar las distintas caras de este
temor, los innumerables rostros que enmascaran el miedo a nuestra propia Luz, a
meditar, a tener una visión clara y profunda, a amar incondicionalmente, a
experimentar estados de conciencia expandida de infinita sabiduría, éxtasis y
compasión. Comencé la exploración dentro de mí misma y continué recordando
experiencias de pacientes y alumnos, compañeros de ruta en el camino de la
espiritualidad. La
pregunta era ¿qué nos aparta de la experiencia de la totalidad? ¿cuál es el
miedo básico que obstaculiza nuestra percepción de la unidad? Porque veía que
el miedo a la propia Luz se confundía con el miedo a la
Luz ya que ambas son una y la misma Luz. Así
fue surgiendo una lista que incluía el miedo a la pérdida de control, a perder
la propia identidad, a confundirse con los otros, a la apertura a lo
desconocido, a lo informe, al encuentro con las fuerzas arquetípicas, a la
opinión desvalorizadora, a la desaprobación y el rechazo de los demás, a la
soledad, a afectar o influir en el destino de otras personas, a vivir la
intensidad de la vida, en fin, miedo a ser. Muchos
de ellos me evocaban las crisis, momentos de angustia o inhibición de su
portador cuando atravesaba esa etapa de su proceso de crecimiento, su lucha
entre querer acercarse cada vez más a la Luz y la energía que lo alejaba o le
impedía dar los pasos necesarios para el acercamiento. Por ejemplo, recordé a
Eugenia y su deseo de disciplinarse para meditar habitualmente y su resistencia
a hacerlo por un temor velado a los cambios que se producirían en ella si
canalizaba ese deseo, el temor del ego a la trascendencia. Hay personas que
creen que el contacto con la Luz las va a llevar a “sacrificar” las
comodidades materiales, a alejarse de la familia y los amigos cuando, en
realidad, los cambios que se producen se dirigen siempre a una unión más
verdadera. Vinieron
a mi mente las caras de Bárbara y Diego. Bárbara vivía asustada porque tenía
ciertas percepciones espontáneas de una realidad no ordinaria y creía estar
volviéndose loca. El temor a perder la cordura es una inquietud bastante
frecuente, incrementado por los convencionalismos culturales que no facilitan el
hablar con otros acerca de estas experiencias. Diego se sentía amenazado por la
interpretación parcial de una enseñanza bíblica: su gran atracción y al
mismo tiempo su gran miedo tenía que ver con descubrir el rostro de Dios, temía
morir o recibir el castigo divino por develar esa intensidad. Repetidas
veces vi la parálisis, las evasiones o la distracción generadas por el miedo
de la mente a perder el control de la experiencia o, aún más extensivo, perder
el control de la propia vida. Cuanto mayor es el apego a la racionalidad, más
intenso el miedo, conciente o inconciente. También,
en personas que han tenido episodios de clarividencia o precognición - por
ejemplo de un accidente o una muerte- es frecuente el miedo basado en un
sentimiento de culpa porque creen que ellas han provocado ese incidente,
confundiendo la percepción anticipada o simultánea del hecho que ocurrió con
la generación o producción del mismo. De
mi propia vivencia coseché dos tipos de temores. Uno de ellos me ocurrió
claramente por los menos en dos ocasiones y es el miedo a no querer volver a la
conciencia de vigilia. Una de esas ocasiones fue hace tiempo cuando había
experimentado en una meditación un estado de mucha expansión, éxtasis, de pérdida
de límites, de enorme gozo y paz. Sentí la tentación de quedarme allí. No
era no poder volver sino no
querer, aunque sabía que debía hacerlo (y tampoco sé si de haber decidido
“quedarme allí” podría haberlo sostenido). Algo similar me ocurrió hace
muy poco, cuando murió un amigo queridísimo y quise acompañar el viaje de su
alma de vuelta al Hogar. Fui lejos con ella y nuevamente la tentación apareció:
la liviandad, la espaciosidad, la paz, la ilimitación infinita ... pero también
mi compromiso con esta encarnación. Cuando volví, en las dos experiencias
percibí el temor de mi ego. El
otro temor estaba más a flor de piel: durante muchos años viví dominada y
combatiendo con mi miedo al poder, miedo suscitado por experiencias pasadas (en
ésta y otras vidas) en que aún no había aprendido el ejercicio del buen
poder. Incluso contacté con mi miedo a soltar ese miedo pues sentía que de
alguna manera me protegía o resguardaba de volver a repetir errores pasados. El
camino de la vida y la guía de amorosos maestros me llevó a confiar cada vez más
en la divinidad, la divinidad en los otros y la divinidad en mí, y así empecé
a permitir que mi propia potencia se expresara y a alentar a otros a que
ejercieran su potencia desde el corazón. ¡Qué
hermosa responsabilidad encarnar el propio poder! Cuando
tuve la lista en la mano, quise compartirla con los “Viajeros del Alma"[2].
La experiencia fue riquísima porque siguieron apareciendo nuevos miedos
que pasaron a engrosar el inventario: miedo a perderse, a perder los límites o
la conciencia de sí mismo; miedo a la entrega, a soltarse, a perder la
seguridad de lo material; miedo a “saltar al vacío”; miedo a descubrir que
“todo lo que uno hizo estuvo mal” (basado en la creencia limitativa de ver
el mal en el lugar de la ignorancia); miedo a la soledad por la ausencia de
Dios, "a que la Luz se
vaya"; miedo al fracaso, a perder; a abrirse a la plenitud del sufrimiento.
Miedo
al sufrimiento, al dolor ... "¿con
qué me encontraré? ¿podré soportarlo?";
miedo al sufrimiento dormido del mundo, la aprensión de que si uno lo
despertara se ahogaría en él (y en realidad, cuando uno se despierta al
dolor, en la misma medida se despierta al amor y la felicidad).
A veces es miedo a abrirse al propio amor, como si al permearse al
sufrimiento de los semejantes no se pudieran poner límites a la natural
generosidad del corazón y uno se perdiera a sí mismo en ese sentimiento. Vimos
que era útil ponerle nombre a las distintas facetas del mismo miedo porque
desencadenaba más puntualmente el recuerdo de vivencias actuales o pasadas. Del
mismo modo que, al compartirlas y comprobar que otros también las atraviesan o
atravesaron, hacía que el miedo se disolviera o disminuyera enormemente su
poder y el corazón se tornara más liviano. Observamos,
en algunos casos, que lo que algunos vivían como miedo era para otros una búsqueda
conciente de una meta añorada: por ejemplo, la pérdida de la identidad
convencional que algunos vivían como una amenaza, para otros era la persecución
de su libertad y experimentaban esa
liberación como gozosa. Es que son las dos caras de la misma moneda y depende
en cuál nos reflejamos en un momento determinado: a nuestro ego lo aterroriza
lo que nuestro alma anhela. A
partir de esa reunión nos propusimos elaborar juntos estos miedos, como dijo
una “Viajera...”: “ver en cada
uno qué lo completa para integrar la Totalidad” Sobre el miedo a la Luz y los mecanismos de defensa
habituales
Hay
una franja donde el miedo a la Luz aparece. Personas muy apegadas a lo racional
y lo material suelen no tener conciencia de él. Personas familiarizadas con el
mundo transpersonal, ya lo han trascendido. Es en la franja intermedia del
proceso evolutivo -cuando perdimos la sensación de seguridad absoluta que antes
nos daba el mundo material y la razón pero aún no fortalecimos la fe y
confianza necesarias para sentirnos cómodos en el mundo de las energías
sutiles- que estos miedos surgen a la conciencia.
El miedo nace de las separaciones que la mente hace, de las limitaciones
que impone. El miedo indica que hemos hecho una delimitación, que nos olvidamos
de que esencialmente todos y todo somos Uno. Ken
Wilber dice que “cuando un individuo dibuja los límites de su identidad, establece al
mismo tiempo las batallas de su
alma”... y ... “cuanto más firme
son nuestras fronteras, más encarnizadas son nuestras batallas”. Al reconocer la naturaleza ilusoria de esas
demarcaciones que hemos dibujado nosotros mismos, ya no luchamos contra
el miedo, sino que lo vemos como parte de la Totalidad. Cuando disminuye su
dominio, aumenta el poder del amor. Identificados
con la visión de nuestra conciencia ordinaria, solemos utilizar una serie de
mecanismos de defensa[3]
para enfrentar el miedo a la Luz y mantener esa emoción y /o los contenidos
mentales asociados a ella a nivel inconciente. En beneficio de nuestro propio
crecimiento, es necesario que los conozcamos para poder lidiar con el miedo que
nos limita, entender mejor el funcionamiento de nuestra mente y develar más
aspectos de la realidad para acercarnos a la percepción de la Totalidad.
Sólo daré un rápido panorama de estas estrategias defensivas
habituales[4]. 1) Negación de que existe
algo más allá de la realidad que los ojos ven y los oídos escuchan. Si no
existe nada más, no hay nada a qué temer. Cuanto más vehemente es la negación,
mayor es la probabilidad de que exista una fuerte aprensión a nivel
inconciente. Suele ser el caso de
los “detractores” o “perseguidores” de todo aquello que no concuerde con
el saber convencional.
Es también frecuente, en muchas personas, la negación del propio poder,
de la propia capacidad de hacer, de los talentos y habilidades propias,
relacionada con el miedo a la responsabilidad social que entraña asumir esa
potencia. Es preferible negar que esas potencialidades existen en uno a hacerse
responsable de ellas ante el mundo. 2) Otro mecanismo de defensa
habitual es la represión. Una persona puede haber tenido uno o más atisbos de
una realidad no ordinaria (la visión de gnomos, seres extraterrestres o entes
desencarnados, por ejemplo) o puede haber tenido contacto con energías propias
que la asustaron o con una comprensión tan abarcativa que, de mantenerla
conciente, la llevaría a cambios radicales en su vida. Si lo reprime, muchas
veces aparecen síntomas físicos o psíquicos que dejan traslucir la energía
de los contenidos inconcientes que pugnan por emerger. 3) Disociación, esto es, ver
algo como ajeno o no perteneciente a sí mismo: por ejemplo, poner distancia
entre una determinada habilidad paranormal y el yo conciente. No encuentro
ilustración más clara que la de una muy apreciada astróloga a quien le
agradezco sus acertadas predicciones. Ella atribuye sus certeras visiones
anticipatorias únicamente al sistema
de la astrología “sólo interpreto lo
que los planetas dicen, yo no tengo
nada que ver” insiste repetidamente. Y sus clientes y amigas sabemos, sin
lugar a dudas, que ella utiliza en forma inconciente una gran capacidad
intuitiva y de precognición. 4) Otras estrategias
defensivas incluyen la evitación de las situaciones o prácticas que podrían
desencadenar la aparición de experiencias transpersonales por el miedo que
ellas producen: por ejemplo, evitar acercarse a determinados ‘lugares de
poder’ o a entrar en meditación.
Muchas "mentes científicas" traicionan la natural curiosidad
de la ciencia al eludir una honesta y genuina experimentación tomando a la
propia mente como laboratorio de investigación. La medicina, la física y la
psicología basadas en un nuevo paradigma muestran buenos modelos de cómo
-otorgándole al estudio de la conciencia el tiempo y la atención que un buen
científico le dedicaría a cualquier otro fenómeno- la lógica junto con la
experimentación son magníficas herramientas para incursionar en esta dimensión
de la realidad. 5) También suelen utilizarse mecanismos
de distracción, de evasión,
de racionalización, etc. Como
descubrí hace muchísimos años en carne viva, alentada por la fuerza de un
valiente grupo de trabajo interior, cada
uno busca el modo más cómodo para no crecer: para algunos de nosotros nos
era más cómodo sumergirnos en los libros en lugar de experimentar con la vida,
a algunas les resultaba más fácil ocuparse full-time de la casa y los chicos
que desplegar su profesión en el mundo y a otras lo contrario; así cada uno se
cobijaba en lo conocido y que creía seguro en lugar de expandir los horizontes
y aventurarse en nuevas tierras. Una
sabia amiga con la que compartíamos los esfuerzos de la tarea de
autodescubrimiento en aquel momento decía: “nuestra alma aspira a la evolución
y nuestra personalidad prefiere quedarse cómoda,
calentita y en babia”... Pero, tarde
o temprano, nuestra alma nos lleva a reconectarnos con la Totalidad, a llevar
nuestro ego, nuestro pequeño yo con nuestro Yo más profundo y completar la
Totalidad. Cuando uno escucha más atentamente al alma, los deseos y miedos del
ego pierden intensidad y fuerza de compulsión, y uno se reconecta con la
Totalidad que incluye al ego y sus
temores pero sabe que es sólo una parte. ¿Cómo
ayudar a que este proceso se actualice? Sobre la elaboración de los miedos y el encuentro abierto
con la Luz
Todos
habremos podido comprobar en alguna ocasión que le damos más poder en nuestra
vida al miedo cuanto más nos resistimos a verlo. Por eso, al sacar a la luz los
miedos, compartirlos en grupo, aceptarlos en lugar de rechazarlos, estamos
disolviendo el dominio que tienen sobre nosotros. En la medida en que disminuye
la fuerza del temor, comienzan a crecer el valor y el coraje, ambas cualidades
del corazón, la puerta del alma hacia la Totalidad. Admitir cognitiva y afectivamente los miedos propios y
comprender que muchas de las conductas de otras personas pueden estar motivadas
por ellos, nos conduce a ser cada vez más concientes de nuestras semejanzas, de
la esencial humanidad que compartimos. Ponerle
nombre al miedo, identificarlo, también ayuda, porque es empezar a conocer la
cara del supuesto enemigo. El miedo no es nuestro contrincante, muchas veces
cumple una valiosísima función protectora: nos muestra los recursos con que
contamos para enfrentar una determinada situación. Por ejemplo, estoy viendo un
pequeño pájaro desde mi ventana que no teme en absoluto volar, lo disfruta y
lamentaría no hacerlo. Cuenta con un par de alas que es el recurso necesario y
suficiente -si ya sabe cómo usarlas- para volar desde la rama del árbol en que
está posado hasta donde desee ir a través del cielo infinito. Si yo intentara
hacer lo mismo -elevarme físicamente y surcar el cielo por mis propios medios-
tendría terror: no cuento con los recursos adecuados y la situación que es
natural para el pájaro es absolutamente peligrosa e insensata para mí. En este
caso, el miedo está puesto como una señal que me impulsa a mirar lúcidamente
si mi deseo o proyecto acuerda con la realidad y si los recursos con que cuento
se ajustan a la medida de lo que es necesario para llevarlo a cabo. Tampoco
el miedo tiene realidad absoluta sino relativa: si sé nadar medianamente, no
tendré miedo en una pileta pero sí podré sentirme amenazada en el mar
abierto. Entonces,
el miedo no es un enemigo, nos acompaña cumpliendo una función útil para
nuestra integridad. Pero una cosa es tomarlo como una señal, un dispositivo
valioso al servicio de la Totalidad que somos y otra muy distinta darle poder
sobre nosotros. Hay
dos modos que confluyen para ayudarnos en este proceso de transmutación: a)
Acceder
a un mayor conocimiento de la realidad. Nuestra realidad es multidimensional y
generalmente vivimos limitados a la visión y acción en una sola de esas
dimensiones.
Cuando Pierre Weil estuvo en Buenos Aires nos regaló una joya en forma
de fórmula matemática. El decía VR
(f) EC la
vivencia de la realidad es función del estado de conciencia en que estamos. Este axioma del paradigma transpersonal indica -y
puede comprobarlo a nivel experiencial cualquiera que aprenda a navegar por las
distintas dimensiones de la conciencia- que si la realidad que vivenciamos en el
estado de conciencia ordinaria es distinta a la realidad que vivenciamos en
otros estados de conciencia, entonces la realidad que vemos cotidianamente desde
una sola de esas dimensiones no es completa. En relación a nuestro tema, uno de los modos de
elaborar el miedo a la Totalidad, a Ser en todas las dimensiones, es conocer y
tener mayor información sobre otros estados de conciencia no ordinarios, las
leyes que los rigen y las experiencias que en ellos ocurren. En cuanto a las leyes, por ejemplo: sabemos que en
el mundo físico los polos opuestos se atraen y los semejantes se rechazan
(podemos comprobarlo fácilmente con un imán). A niveles más sutiles, son las
almas semejantes las que se atraen y los opuestos no se rechazan sino que se
abarcan. En cuanto a las experiencias: cuando uno visita las
profundidades de un mar de aguas claras tiene física y sensorialmente vivencias
diferentes a las que está acostumbrado a experimentar en tierra, por ejemplo el
silencio majestuoso y los colores en extremo luminosos y radiantes. Del mismo
modo, al visitar otros niveles de la conciencia, se acceden a experiencias
distintas a las de la vigilia ordinaria. En el reino de las energías sutiles
(nivel Sutil inferior y superior) podemos experimentar
percepciones extrasensoriales, experiencias de salida del cuerpo,
intuiciones y visiones simbólicas, contacto con formas arquetípicas, estados
de elevación y liberación, etc. Más allá están las dimensiones de las energías
causales y finales con sus “experiencias cumbre”, los estados de éxtasis y
bienaventuranza, la unión mística, el mundo allende las formas, del tiempo y
el espacio... Tener una hoja de
ruta del viaje de la conciencia ayuda a nuestra mente -que necesita datos e
información- a sentirse más segura. b) Esta vía que confluye con
la anterior deriva de la aplicación de la misma fórmula matemática a la
percepción de nosotros mismos VR
(f) EC la
vivencia de nuestra realidad interna es función del estado de conciencia en que
estamos
¿Cuál es la realidad completa que cada uno de nosotros es? Creemos ser
sólo un cuerpo a veces, creemos ser sólo el ego, creemos ser sólo la emoción
con la que estamos identificados en un momento determinado; ¿cómo acceder a
una visión más amplia de quiénes somos? El Testigo Sagrado La respuesta fue dada desde tiempos antiquísimos
por todas las escuelas y disciplinas que se ocuparon y ocupan del desarrollo de
la conciencia humana: la desidentificación de lo limitado y cambiante y la
autoidentificación con lo imperecedero que existe en nosotros. Yo Observador,
Yo Alerta, Testigo Sagrado o Sí Mismo son los diferentes nombres que aluden a
este sentido de presencia. Desde allí, como núcleo básico, podemos utilizar
innumerables técnicas para ayudarnos a elaborar los miedos y trascender
nuestros límites: visualizaciones, afirmaciones, dramatizaciones, plástica, diálogos
internos, ritos, símbolos, mitos, transformación energética, etc., pero básicamente
cuando nos desidentificamos del miedo y lo hemos visto como un contenido más de
la conciencia y no el contexto desde el cual miramos, ya ha perdido la mayor
parte de su poderío. Assagioli,
psiquíatra italiano creador de la Psicosíntesis, decía: “Somos
dominados por todo aquello con lo cual nuestro yo se identifica. Podemos
dominar y controlar cualquier cosa de la cual nos desidentificamos”. La energía que se libera al hacer caer una barrera
dentro nuestro es enorme. Desde el Testigo Sagrado podemos ver el miedo sin
dejar que él nos afecte, percibirlo pero sin permitirle que altere nuestra
conducta ni nuestros pensamientos. “Tengo miedo pero no soy el miedo", ir
por debajo de las turbulencias y las olas para bucear en la paz de las
profundidades. La tarea básica es
el entrenamiento de la mente para desarrollar una atención sin juicios hacia la
propia experiencia, desarrollar ese sentido de presencia que nos conecta con la
Luz que siempre fuimos y seremos, la paz de nuestras sabiduría y compasión
innatas. Ana
Inés de Avruj Enero
de 1996 [1] Publicado en Revista Uno Mismo, junio 1996, (156) p. 78/81 [2]
Los grupos de “Viajeros del Alma: Encuentro de
Exploradores Espirituales” nacieron de la necesidad de reunirnos
buscadores espirituales en tránsito por distintos caminos con un mismo
ansia de Totalidad, para compartir las experiencias, las inquietudes y la
riqueza de la variedad de respuestas, para ayudarnos a sostener la luz de la
conciencia y estimularnos a volcarla en actos concretos de la vida
cotidiana. [3] El concepto de mecanismo de defensa que aquí se menciona no se corresponde particularmente con el utilizado por la teoría psicoanalítica sino con una posición más amplia que considera a cualquier conducta como posible de cumplir la función defensiva. [4] Para los que quieran profundizar en el tema, hay un interesante trabajo de Charles Tart sobre la resistencia que inhibe o distorsiona la actividad parapsicológica en las experiencias de laboratorio; fue publicado en el Journal of the American Society for Psychical Research, 1984, (78) p. 133/43. También hay una referencia en mi artículo “La noche oscura de la Tierra”. |